El frailecico de Orihuela

Hace muchos años, pasó por Noguera un fraile de Orihuela del Tremedal camino de Teruel. En aquella época o se iba a pie o en caballería, así que como el fraile no tenía montura hacía el camino andando. Era al hacer de noche cuando el fraile salió de Noguera hacia Tramacastilla. A mitad de camino, el religioso se encontró con unos gitanos.
Los gitanos le dijeron que como era de noche y podía perderse, que se fuera con ellos a pasar la noche a una casa abandonada  que conocían y que estaba cerca.
El fraile se asustó y por no contrariar a los cingaros se fue con ellos. Al llegar a la casa, se pusieron a encender fuego para preparar la cena, mientras que el fraile se sentaba en el suelo. Cada vez que una gitana pasaba por su lado, le tocaba el cogote y le decía:

– Ay frailecico que gordico estás, pronto «cairás».

El frailecico,  pensó:

– Ay Madre mía, estos gitanos se me quieren comer. ¿Cómo haré para escaparme?

Al rato volvió a pasar otra gitana por su lado, y volviendo a tocarle el pescuezo, le volvió a decir:

– Ay frailecico que gordico estás, pronto «cairás».

Al fraile, muerto de miedo, se le ocurrió una idea:

– Tengo ganas de cagar, ¿podría salir a la calle?

Y la gitana contestaba:

– Cáguese usted ahí, que ya se barrerá

Y el frailecico:

– No, no que me da mucha vergüenza

Tanto insistió el fraile, que a los gitanos se les ocurrió sacarlo a la calle y atarlo con una soga a la ventana.
El fraile empezó a desatarse y tanto tardaba que la gitana le preguntaba:

– Frailecico, frailecico ¿Has cagado ya?

Y el frailecico respondía:

– Aún voy durico aún.

Por fin el fraile consiguió quitarse la soga y salió corriendo hacia el monte. La gitana volvió a preguntar y al no obtener respuesta se asomó a la ventana y vio que el fraile no estaba. Todos los gitanos se movilizaron, cogieron tedas encendidas y salieron a buscarlo.Y decían:

– Frailecico, frailecico, como te encontremos con aceite rusiente “timos de frir”

El fraile, cada vez más asustado, corriendo y dando trompicones, vio por fin unas casas, siguió corriendo y entro por fin en Tramacastilla, pidiendo socorro.

En Tramacastilla, auxiliaron al fraile, que nunca más volvió a salir de noche.

Autora

Pilar Molada

«Este cuento me lo contaba mi abuela Miguela Polo Polo, cuando yo era pequeña.»

La leyenda de la Cueva de la Mora

Los altos valles de la Sierra de Albarracín tienen especial encanto. Los pinares coronan las montañas, y descienden por las vertientes en graderías escalonadas, donde el enebro, el brezo, el gayuba y otros arbustos preparan, con la variada gama de sus verdores, el contraste de la pradera tapizada de florecillas, que viene a ser como la vindicación de la tierra que quiere gozar de un rayo de sol en medio del bosque umbroso.

Así hay un valle junto al pueblo de Guadalaviar, al pie mismo de la Muela de San Juan. Si las montañas del Canigó no se hallaran tan distantes vendrían aquí las hadas del gigante Pirineo para gozar del conjuro y hechizo misterioso de estos valles de Guadalaviar. Vendrían también las ninfas del lago de Bañolas, cantando estrofas verdaguerianas, en un rayo de luna o en el sutil carro de oro de un girón de luces de la aurora, para unirse a las ninfas más modestas de las fuentes que engendran el río Guadalaviar.

Pero aquí no hay más cantos que los de las aves, ni otra música que la de la flauta pastoril y la del rumor de oleaje de los pinos centenarios. Mas no todo es soledad en estos valles, que aquí en la vertiente oriental de la Muela de San Juan, en una pequeña garganta que abren las rocas, hay una pequeña fuente, pequeño trecho más arriba de donde están los manantiales del río Guadalaviar, y junto a la fuente abre sus fauces una gruta, llamada la cueva de la Mora.
La cueva no es muy grande, pero tiene, sin duda, misteriosas y recónditas moradas que no es lícito visitar a los simples mortales. Las gentes de Guadalaviar dicen que todos los años, en la mañana del día de San Juan, cuando las primeras luces del amanecer iluminan las cumbres de la Muela y van descendiendo para penetrar en las gargantas y en los profundos valles, de la cueva sale una bella joven mora, y dentándose junto a la fuentecilla con un peine de oro que brilla a los rayos del sol naciente se arregla su larga cabellera, mirándose en el cristal de las aguas que le sirven de espejo, y luego…, terminado su tocado, se adentra de nuevo en la cueva misteriosa y no se le vuelve a ver hasta la mañana del día de San Juan del año siguiente. Y así sucedió un año y otro, un siglo y otro siglo. Presa de singular encantamiento, la joven mora es huésped de la montaña y del bosque, sin que nadie sepa de dónde vino ni a quién espera.
Dícese que cuando los cristianos vinieron a dominar esta Sierra de Albarracín y huyeron los moros principales, llegó hasta el pie de la Muela un jinete trayendo en su grupa a la joven mora. Al llegar junto a la gruta bajó de su caballo, y ayudando a apearse a la joven, le dijo:
—Escóndete en la cueva, y espera aquí hasta que yo venga a libertare. Y luego huyó rápidamente por entre la espesura de los bosques.
Pero han pasado los años y los siglos, y el jinete almorávide no viene a rescatarla. Por eso esperará más tiempo todavía y volverá de nuevo a salir todos los años en la mañana de San Juan a peinarse con peine de oro junto a la fuentecilla.

Su prolongado encantamiento ha sido tomado por los moradores de la sierra como signo de constancia y de fe en una promesa y en una palabra empeñada…, y por eso, junto a la gruta y al lado de la fuente, que hoy llaman la fuente de los Mozos, acuden los jóvenes esposos de Guadalaviar a celebrar el segundo banquete de sus fiestas nupciales. 
Una cueva de Guadalaviar 
Fuente

CESAR TOMAS LAGUIA, LEYENDAS Y TRADICIONES DE LA SIERRA DE ALBARRACIN, REVISTA TERUEL N. 12, IET, 1954

El tranvía verde De Aragón Radio visita la Comarca Sierra de Albarracín

El programa «El tranvia verde» de Aragón Radio visita varios lugares de la Sierra…

Escucha el programa de radio completo pulsando en estos controles:

Sigue los temas tratados con imágenes y artículos de esta Web:

  1. El Museo del Juguete
  2. Jabaloyas: La casa de la Sirena
  3. Noguera: El calendario perpetuo
  4. Leyenda de Doña Blanca

Cuatro delitos acaecidos en Noguera de Albarracín en los albores del siglo XX

Recientemente ha sido publicado un nuevo ejemplar de la Revista del Centro de Estudios de la Comunidad de Albarracín,  REHALDA N. 13 – Año 2010 editada por CECAL en la que se publica un artículo sobre Noguera extraído de sendas publicaciones en nuestro blog. Este es el artículo:

CUATRO DELITOS ACAECIDOS EN NOGUERA DE ALBARRACÍN EN LOS ALBORES DEL SIGLO XX.

El régimen político imperante en España en la transición entre los siglos XIX y XX es conocido como La Restauración borbónica (1874-1923) con Alfonso XII y Alfonso XIII como monarcas. Se trataba de una monarquía parlamentaria pretendidamente democrática y fuertemente mediatizada por la oligarquía y el caciquismo. Dos partidos sin grandes diferencias ideológicas, el conservador y el liberal, gobernaban por turnos mediante un arbitrario reparto de jurisdicciones electorales denominado sarcásticamente el “encasillado”.

En esa época, la clase política de la Comunidad de Albarracín estuvo dominada durante varias décadas por los miembros de oligarquías terratenientes, como la conservadora familia Santa Cruz, desde el comienzo de la Restauración hasta principios del s. XX y el barón de Velasco, rico terrateniente y ganadero jienense con intereses en la Sierra, que fue diputado por el partido liberal desde 1910 hasta 1923. Ambas familias practicaban el caciquismo y el fraude electoral para mantenerse en el poder.
En los pueblos de la Sierra, los poderes civiles y militares estaban representados por los alcaldes y los secretarios como “mandamases” de los ayuntamientos, los jueces de paz sin formación jurídica y la Guardia Civil como brazo ejecutor de las leyes que emanaban del Sistema imperante. La moral estaba regida por una tradicional Iglesia Católica financiada por el Estado gracias a un Concordato con la Santa Sede de corte restaurador al uso de aquella “conciliadora” etapa histórica.
En esta época, Noguera tenía una población de 500 habitantes aproximadamente y el analfabetismo rondaba el 70% (49% de los hombres y 92% de las mujeres). La economía local en los pueblos de la comarca estaba basada en la agricultura minifundista de secano, la explotación forestal y la ganadería ovina y bovina. En invierno, los hombres se veían obligados a emigrar para poder ganarse un jornal o trashumar a tierras más cálidas para alimentar a sus rebaños.
En estas condiciones de precariedad, ignorancia, opresión e injusticia, no es de extrañar que entre las clases más desfavorecidas surgiesen brotes de rebelión que llegaban a extremos de tomarse la justicia por su mano como en los sucesos de “El crimen del secretario del Ayuntamiento”, arquetipo del heroico justiciero social, y “La historia de la cruz de Blanquillas” un clásico crimen por enojo o “enajenación mental transitoria” que vamos a narrar en segundo lugar.
El tercer suceso es un crimen pasional, “La historia del Tío Gordo de Noguera”, lo que actualmente se ha dado en llamar “violencia de género”, ocasionado por celos patológicos con pautas que perviven hoy en día pero que entonces no contaban con figuras de protección jurídicas. Hay que recordar que a principios del siglo XX, el papel de la mujer estaba relegado a sirviente del hombre y trabajadora sin derechos tanto en las duras labores domésticas como en las del campo como ayudantes del cabeza de familia. Esta opinión no era exclusiva de las sociedades rurales o grupos reaccionarios del país. El escritor catalán, Pompeu Gener, ideológicamente adscrito al republicanismo federal y, por consecuencia, ligado a los sectores más progresistas del país, afirmaba lo siguiente:
“En sí misma, la mujer, no es como el hombre, un ser completo; es sólo el instrumento de la reproducción, la destinada a perpetuar la especie; mientras que el hombre es el encargado de hacerla progresar, el generador de la inteligencia, (…) creador del mundo social.”
El cuarto suceso, “La historia de la Fuente de la Rosa” relata un estupro donde quedan reflejados el papel de la mujer, la familia, la moral tradicional y el funcionamiento de la justicia de la época, además de resaltar la firmeza de carácter de su protagonista que osa enfrentarse al peso de las tradiciones en una sociedad tradicional y machista. Hecho que cobra más valor aún si tenemos en cuenta que las reivindicaciones feministas españolas tan solo estaban comenzando en esa época en las zonas más cosmopolitas y protagonizadas por agrupaciones de mujeres con un nivel cultural y social que no se puede comparar el de una remota zona rural como Noguera.

El crimen del secretario del Ayuntamiento


A principios del s. XX, hubo en Noguera un secretario del Ayuntamiento que era un usurpador y un cacique. Aprovechaba años de malas cosechas, para confiscar tierras a los vecinos que no podían pagar los impuestos y luego se las apropiaba mediante un procedimiento fraudulento de subasta.
Era tal el odio que el pueblo le profesaba, que un vecino cuya familia había resultado expoliada decidió acabar con su vida. Armado con trabuco y acompañado por un amigo, una noche esperaron al secretario a la salida del pueblo cerca del molino. Cuando pasó por allí, el “justiciero” encañonó a su victima pero le faltó el valor para disparar. En ese momento su compañero, le arrebató el arma de las manos y sin pensarlo, disparó dos tiros que acabaron con la víctima.
Tras algunas averiguaciones la Guardia Civil arrestó al presunto asesino por ser el dueño del trabuco utilizado en el crimen y a su compañero que en todo momento cargó solidariamente con las consecuencias. Ambos acordaron mantener en secreto lo acontecido aquella noche y cargar indistintamente con la responsabilidad de la autoría. El pueblo, que se solidarizaba con los muchachos, siguió el encarcelamiento con gran pesar y oposición.
Al poco tiempo, se celebró el juicio y el dueño del arma homicida fue inculpado como autor de los hechos y condenado a trece años de prisión. Su compañero, y autor material de los disparos, tuvo más suerte y salió de la cárcel libre de cargos.
Cuentan que varios vecinos de Noguera hicieron generosas donaciones de sacos de harina y conserva al señor juez de paz en un intento de influenciar en su sentencia a favor de los acusados. Pero el magistrado municipal, ante el reconocimiento solidario de los hechos por parte de los autores, solo salvó de cargos al que carecía de pruebas inculpatorias.
Durante el tiempo que duró la prisión en la cárcel situada en los bajos del ayuntamiento de Noguera, su compañero de suceso, su familia y muchos vecinos del pueblo se aseguraron que no le faltase de nada.

La historia de la cruz del Blanquilla


La historia que vamos a relatar trata del crimen de un carbonero Blanquillas, a manos de un pastor, el Tío Cavero, que tuvo lugar en La Garganta (Noguera) a principios del s. XX.
Sucedió que el Tío Cavero (apodado El Caracol) echó en falta un cordero de su rebaño que pacía junto a Peña Roya. Comenzó su búsqueda preguntando a los otros pastores que vivían en la Garganta durante los veranos: los Roquitos Pascual, los Cortantes Yuste, el Pelele Polo y al Pelicana Molada y ninguno lo había visto. Llegó a pensar que quizás se lo había comido una zorra pero antes de abandonar la búsqueda, se fue a ver a los dos hermanos Blanquilla que vivían y trabajaban haciendo carbón vegetal en las pinadas de La Garganta. Tenían una choza hecha de cándalos atados por la punta y recubiertos con ramas de pino, arcilla y césped para protegerse de la intemperie. Cual no fue su sorpresa que apenas entró en la choza abandonada vio la mitad del cordero y acto seguido también encontró la piel enterrada en los alrededores.
Al día siguiente el Tío Cavero, muy enfadado por el robo de su cordero y armado con su escopeta, fue a visitar a los carboneros para pedirles cuentas. Los hermanos Blanquilla estaban distraídos amontonando la leña para construir una carbonera y cuando vieron al pastor armado presintieron el peligro y huyeron despavoridos cada uno por un lado. Uno se subió a un pino y el otro se dirigió hacia el río. El pastor, en un arranque de cólera y sin mediar palabra, disparó su arma contra el que corría hacía al río causándole la muerte.
El Tío Cavero en el fondo sólo quería tener una discusión y zanjarla cobrando el cordero cuando hubiesen vendido el carbón ya que sabía que eran unos desgraciados pasando muchas miserias. Pero al verlos huir, tuvo un arrebato de ira y disparó su trabuco.
El suceso causó gran consternación entre las cuatro familias que vivían en la Garganta y le aconsejaron al homicida que se entregara al alcalde y al juez de Noguera los cuales avisaron a Albarracín y fue arrestado por la Guardia Civil.
En pesquisas policiales se hizo evidente que se trataba de un crimen absurdo pero, siguiendo el protocolo, fue trasladado a la cárcel de Teruel y a los tres meses fue juzgado. El testimonio del hermano de la víctima confirmando los hechos y los atenuantes de entrega e inculpación voluntaria del autor, motivaron un veredicto de absolución y puesta en libertad del criminal.
El Tío Cavero volvió a La Garganta pero se sentía triste y con pena por lo sucedido. Es así que decidió marcharse del pueblo y se alistó de voluntario al cuerpo de Guardia Civil para olvidarlo todo. Fue destinado a Valencia como guardia costero para controlar muchos kilómetros de playa. Al menos tenía la paz y el plato de carne de la guarnición.
Trascurridos cinco años dejó el Cuerpo y regresó a Noguera para reemprender su vida de pastor con su familia y amigos. El pueblo le dispensó una buena acogida ya que entendió que el suceso había sido un accidente involuntario.
En el lugar de los hechos, había un pino con una cruz grabada a media altura y cubierto de resina. Unos dicen que su hermano enterró al difunto junto al pino en que fue abatido y grabó la cruz en su recuerdo. Otros conjeturan que fue el propio Tío Cavero en señal de pesar y arrepentimiento. Las gentes que pasaba por allí se santiguaban y depositaban una piedra junto al árbol en un curioso rito mitad cristiano, mitad pagano. Los romanos tenían por costumbre depositar piedras sobre la tumba de los muertos al pie de las calzadas para que descansara en paz . El pino fue tirado en una corta en los años 1960.

La historia del Tío Gordo de Noguera


Hace cien años, en Noguera habitaban muchos más habitantes que actualmente siendo la vida muy diferente. La bondad y la miseria convivían con la ignorancia. Entre los vecinos, había un matrimonio llamado José y Juana, que tenían dos hijos: Tomasa y Manuel Martínez García, éste último apodado más tarde “el Tío Gordo de Noguera” debido a su aspecto.
Como muchos jóvenes, Manuel tenía novia, la cual casualmente se llamaba Tomasa como su hermana. Era ésta una muchacha muy desgraciada, pues a temprana edad se murió su madre. Como todas las jóvenes puso toda su ilusión en su novio y se casó con él. Pero pronto se dio cuenta que era muy celoso, hasta el punto de que cuando iba con su cántaro a la fuente del Ventanal, la acechaba y si hablaba con alguien, sobre todo con hombres, le pegaba brutalmente al regresar a su casa. De esta manera, a Tomasa se le hizo la vida insoportable y decidió irse a casa de su padre y después a casa de su prima hermana llamada “Tía Melguiza” por ser melliza, siendo su nombre Encarnación. Pero siendo “el Tío Gordo” cada vez más celoso y violento, los amenazó de muerte si dejaban entrar a su mujer en sus casas.
Como veía que no podía vivir con aquel hombre y no queriendo comprometer a su padre ni a su prima, se fue de su casa y anduvo escondiéndose en los montes durante varias semanas. Como quiera que estuviese embarazada, todo el pueblo salió en su busca y, tras tres días de intensa búsqueda, la hallaron en una cueva cercana al camino de la Cepilla que desde entonces se conoce como “La Cueva de la Tomasa”. Con ayuda de su familia y vecinos, su marido le convenció para volver a su casa con la promesa de que no le pegaría más. Pero el Tío Gordo siguió con sus celos, sus malos tratos y maldades hasta que su desgraciada consorte decidió marcharse otra vez, esta vez de nuevo a casa de su padre. A los pocos días, cuando Tomasa regresaba de La Huerta de llevar el almuerzo a su padre que estaba labrando sus piazos, su marido que la esperaba escondido en las Arenas de la Dominguera la mató allí mismo de varias puñaladas. Nadie sabe si medió razón o hubo discusión. Quizás fuera por un arrebato de ira debido a sus enfermizos celos, o inducido por un estado de ebriedad que en él era habitual.
Manuel huyó al monte donde pasó varios años escondiéndose. Se decía que desde la Peña del Horcajo, vigilaba siempre el pueblo, para que la Guardia Civil no pudiera nunca sorprenderlo. Una mañana, el enterrador descubrió con sorpresa que sobre la tumba de Tomasa había una gran cruz rodeada por una cadena hecha de gruesos eslabones y todo ello tallado de una sola pieza de madera. Sobre la cruz estaba grabada una palabra: “Arrepentimiento”. Una auténtica obra de arte que fue atribuida al desdichado homicida en señal de pesadumbre. Transcurrido el tiempo la cruz desapareció misteriosamente. Dicen que fue vista en Albarracín pero luego se le perdió la pista.
A los pocos días de suceder esto, el forajido bajó al pueblo y amparándose en la oscuridad de la noche, rompió de un trabucazo la puerta del Ayuntamiento con el fin de falsificar un salvoconducto para poder huir a Francia sin levantar sospechas en la Guardia Civil que lo perseguía. Nadie lo volvió a ver en Noguera desde aquel día.
Tiempo después, se supo que fue a Barcelona donde vivía su hermana. Un día, tras discutir con un carnicero, el Tío Gordo sacó su trabuco para acabar con su vida, pero el matarife, con la destreza de su oficio, se anticipó abriéndole la cabeza de una cuchillada. Esto sucedía en el año 1906, exactamente el día 16 de abril, siendo enterrado en el cementerio del Sudoeste de Barcelona.

La historia de fuente de la Rosa


Corría el año 1917 de nuestro Señor en Noguera , un pueblo serrano de la histórica Comunidad de Albarracín. Era un día de primavera. Con las primeras luces del alba, la familia Polo, también conocidos en el pueblo como “Los Cazuelos”, iniciaba su jornada. Rosa, hija única, echaba pastura, alfalfe y paja a los animales en la cuadra. Su madre, Jerónima, preparaba el desayuno y los almuerzos a base de pan, güeña y unos pedazos de frito para una larga jornada de trabajo en el campo. Teodoro, su padre, se afanaba en preparar los aperos de labranza para arar los huertos.
Rosa tenía dieciocho años y un carácter alegre pero firme y resuelto. Sus notables encantos juveniles tenían encandilados a todos los mozos del pueblo que soñaban con hacerla su maya.
Era una mañana fresca y soleada. Rosa se dirigía ya hacia los pastos del Portichuelo con un reducido atajo de ovejas y cabras. Al llegar a la fuente del Alto de Portichuelo se percató de la presencia de un rebaño pastando en la pradera. Era de Liborio, un joven pastor de rudos modales y desaseado aspecto que desde hacía tiempo trataba en vano atraer la atención de la joven.
Tras varios intentos de aproximación del pastorcillo, la joven decidió seguir su camino para alejarse de él. Pero de repente sintió como le agarraba por el cuello arrojándola bruscamente al suelo. Gritó horrorizada al ver como Liborio, cual bestia enfurecida, arremetía contra ella causándola un gran dolor y espanto.
Consumado el estupro, Liborio huyó al monte aturdido por su arrebato. Rosa permaneció junto al manantial durante varias horas llorando de rabia y de dolor. No sabía que hacer. Si decírselo a su madre u ocultarlo para siempre para evitar la vergüenza. Pero el solo hecho de pensar que Liborio volviese a hacerlo, la decidió a denunciarle y buscar su castigo. Esa noche, habló con sus padres de lo sucedido y cual fue su sorpresa al conocer su reacción. Tras la rabia y la condena por lo ocurrido, resolvieron animarla a que se casara con Liborio para evitar la vergüenza de la familia a lo que la joven se negó rotunda y reiteradamente a pesar de la insistencia de su familia.
La misma escena se repitió al conocerse su embarazo unas semanas después, esta vez, en presencia también de Alejandra y Casimiro los padres de Liborio, apodados “Los Garrabases”. En un intento de convencerla, la afligida familia del profanador, ofreció a la pareja una dote de casamiento consistente en 15 ovejas, 5 fanegas y una casa en la Puerta Falsa. Liborio, avergonzado y hechizado de los encantos de Rosa, le suplicó perdón y prometió reparación incondicional por su pecado para que accediera a casarse con él.
Pero nada pudo convencer ni consolar a Rosa que, una vez que dio a luz, acudió al Juez de Paz de Noguera, su Ambrosio Pascual (El Rochito), para poner una denuncia por violación.
El juicio tuvo lugar el 25 de Enero de 1918 en presencia del Sr. Juez, del alcalde de Noguera, Bartolomeo Casas (Cantincao) y el secretario Emiliano Hernández (Monterdino), que tras recomendar una solución de arreglo mediante casamiento y ante la obstinación de Rosa, resolvió abrir el sumario. Liborio reconoció su culpabilidad y fue condenado a compensar a la madre con 5 corderos y la producción de 5 fanegas al año hasta que el niño tuviese mayoría de edad.
Liborio avergonzado y arrepentido por su acto, abandonó Noguera para siempre. Rosa no volvió a conocer a ningún hombre. Dedicó su vida al trabajo y al cuidado de su hijo Cirilo que creció sano y aprendió con sus abuelos la profesión de agricultor.
Tras el fallecimiento de Rosa, Cirilo supo del desdichado incidente de su madre y el paraje donde ocurrió. En aquel lugar y en memoria de su madre, construyó una nueva fuente a la que llamó “Fuente de la Rosa”. Cuentan que en ella manaba el agua más dulce, limpia y pura de toda la Sierra, como queriendo evocar la inocencia de la doncella de Noguera.
EPILOGO

Historias como estas, eran difundidas boca a boca causando gran conmoción y morbosidad en las gentes de aisladas zonas rurales deprimidas. Con el tiempo y la transmisión oral, estas historias se fueron deformando con detalles producto del imaginario popular para terminar convirtiéndose en leyendas que han llegado hasta nuestros días.
Los acontecimientos que hemos reflejado aquí son versiones documentadas o transmitidas por personas muy próximas a sus protagonistas aunque, en mayor o menor medida, estén distorsionados por el tiempo transcurrido, la subjetividad o nuestra propia interpretación de los hechos que nos han sido transmitidos.

Manuel Matas Velasco

BIBLIOGRAFÍA
– SAZ PEREZ, Pedro, Entre la utopía y el desencanto: la Comunidad de Albarracín en la encrucijada del cambio (1910-1936), CECAL, 2005.
– FEDERACIÓN DE MUJERES PROGRESISTAS (FMP), Historia del feminismo en España, http://www.fmujeresprogresistas.org/.

– YUSTE GIMENEZ, Agustín Los carboneros Blanquillas, Imprimerie Siciliano, diciembre 2003

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La leyenda de la Moricantada

Posible aspecto del castillo-atalaya de Rodenas situado en el cerro de la Moricantada
En el s. XI, durante la Taifa de Santa María de Albarracín, el emir Abdelmelik (1045-1103), hijo de Hudayl, nombró a su hijo Yahia príncipe heredero, dándole el castillo de Arrodenes (hoy Rodenas) y el palacio de la Atalaya que estaba junto a la fortaleza.

El pueblo Rodenas, era uno de los puntos clave en la defensa del Emirato y en el vivía Lázaro, un cristiano casado con Lirana, contando como fruto del matrimonio, una hija llamada Inés, cuya hermosura era proverbial entre los vecinos del contorno. Era el viejo Lázaro, un hombre que atesoraba gran fortuna en dinares de oro que ocultaba en algún rincón de su casa.
El príncipe Yahia empezó a cortejar a la hermosa Inés, ya fuera movido por la belleza de la hija o por la riqueza del padre. El príncipe era un hombre ambicioso, poco dado al trabajo y mucho a la buena vida y a los placeres con las bellas huríes que su padre el Emir. Por eso el viejo Lázaro no creyó en las buenas intenciones de Yahia que además le pidió una dote de 100 dinares de oro para casarse con Inés, que como también estaba enamorada se quedó apenada ante la negativa del padre. Pero Lázaro era viejo y murió poco después.
Su madre Lirana sufría viendo la tristeza de su hija, pero Lázaro se murió sin revelar donde guardaba su tesoro. Solamente le había dejado a su mujer seis gallinas y un prado junto a la casa que llamaban «El Navajo», con la promesa de que todos los días sacaría las gallinas a picotear el prado. Lirana cumplía con su tarea, hasta que un día, viendo a las gallinas picotear y escarbar la tierra, notó algo extraño que brillaba y al acercarse, se llevó la gran sorpresa pues las gallinas habían desenterrado un dinar de oro. Entonces empezó a cavar y salió una gran bolsa de piel de cabra, que contenía el tesoro que su marido había ocultado.
Lirana ofreció al príncipe los cien dinares que pedía por casarse con su hija. Yahia tomó los dineros y se llevó a Inés a la que situó en su palacio de la Atalaya. Todo parecía prometer felicidad, pero ésta nunca llegó. Al poco tiempo Yahia volvió a pedir más dinares a la suegra, para dar regalos a su hija, pero se los gastaba con sus amigos y mujeres, mientras Inés, recluida en su palacio sufría su abandono. Varias veces más el insaciable Yahia siguió pidiendo dinero, hasta que Inés agobiada por su pena, murió en la soledad. Entonces su madre para que el ambicioso príncipe no se aprovechara del dinero, lo volvió a esconder nadie sabe donde, y maldijo al hombre que no quiso aprovechar el amor de su hija a la que dejó morir en soledad.
En el año 1.103, Yahia fue proclamado Emir, pero la maldición de Lirana pesaba sobre él y en abril del año siguiente fue destronado, teniendo que abandonar la tierra en la mayor de las miserias. Desde entonces, las gentes del lugar, llamaron a la Atalaya donde estuvo recluida Inés la Moricantada.
Así lo cuenta Aragón Televisión en un reciente reportaje sobre Rodenas.