Fuente: Agencia EFE, Zaragoza, 6 may 2010
Recursos educativos
Fuente: Agencia EFE, Zaragoza, 6 may 2010
Recursos educativos
Según Manuel Cebolleda Agudo de Calomarde (autor de la foto), estas pisadas marcadas en la roca existen de verdad y tienen todas las características de pertenecer a algún animal plantígrado prehistórico.
Francisco Lázaro Polo(1),de donde hemos tomado esta leyenda, la sitúa en el término de Frías de Albarracín.
Referencias
(1) Francisco Lázaro Polo,
UNA SIERRA DE LEYENDA
Rehalda Número 8 – Año 2008
Cuando llega la noche, la Peña del Castillo parece la sombra de un gigante que custodia al pueblo y su entorno. Un camino discurre por entre esos huertos. Se llama la Calleja. Parte desde el pueblo y llega hasta la vega de Argalla. Una vez que atravesamos el río Garganta, a la izquierda, a la vera del camino, podemos encontrar un pequeño huerto, conocido como El Huerto de las Almas. Su nombre responde al hecho de que sus dueños, hace muchos siglos, lo gravaron con un censo en sufragio de sus difuntos.
Referencias
Francisco Lázaro Polo,
UNA SIERRA DE LEYENDA
Rehalda Número 8 – Año 2008
En la sierra de Albarracín, algunos alimentos tienen aroma de leyenda. Tal es el caso de las humildes sopas de ajo. Un alimento vinculado al monarca Jaime I el Conquistador, un rey muy aficionado al ejercicio de la caza.
De él se cuenta que, en cierta ocasión, se encontraba cerca de Teruel, en el término de Gea de Albarracín, practicando su referida afición. Tuvo la mala suerte de caer enfermo. Había contraído una rara enfermedad, para la que los médicos no encontraban remedio. Tampoco los juglares, con sus historias y sus juegos, eran capaces de hacer sonreír su corazón. La situación era desesperada, ya que nadie lograba dar con la solución del problema. Hasta que uno de los súbditos del monarca, en un momento de inspiración, recordó un remedio que le había ido muy bien a un familiar suyo y que, aplicado al rey Jaime, podría también producir resultados satisfactorios. Ninguna objeción se puso. Por probar poco se perdía. El remedio consistía en preparar un bálsamo que con toda seguridad aliviaría al monarca: una mezcla obtenida hirviendo en agua unas cabezas de ajos y todo ello mezclado con pan. A primera vista, la cosa parecía fácil; pero no lo era, puesto que las tierras cristianas carecían de ajos. Los había, sin embargo, en tierras de moros, en el Levante.